La reina de las perras
El sábado tuve que rechazar y tratar de eliminar de mi cabeza una oferta tan apetecible como es la de adoptar un cachorro de Gran Danés. La he rechazado con toda la responsabilidad y todo el dolor de mi corazón y sabiendo que voy a continuar viviendo pensando en ese perrito precioso (que por cierto no he visto pero me imagino) y en la feliz vida que habría tenido a su lado durante los próximos años. Hoy justamente me ha tocado un día especialmente sensible porque me he encontrado al perrito más precioso del mundo cuando entraba al vivero. Un perrito enano blanco que desde que me vio de lejos corrió hacia mí para saltar, olisquearme y jugar conmigo. Me he sentido la reina de las perras.
A lo largo del día me encontré tres veces con la misma persona: un hombre que trabaja en un sitio burocrático al que tengo que ir de vez en cuando y que me genera mucha curiosidad (y la verdad es que un poco de fanatismo también). Me lo encontré por la mañana cruzando el estanco de lotería del centro comercial mientras hacía la compra con mi madre; por la tarde alrededor de las 19:00 cruzando un paso de peatones mientras le dejaba paso con mi hermana Dara en el coche y esta noche alrededor de las 23:00 en el callejón del bar al que salgo siempre con mis amigas, mientras bebía una Coca Cola con Marta, Mónica, Luis y Moisés. A cada una de las personas de las que estaba acompañada en esos momentos en los que me lo encontré les expliqué quién era, ya que se ha convertido en una persona a la que hago referencia de vez en cuando por su mal carácter, ciertas características físicas (que en realidad no son tampoco nada del otro jueves pero me hacen gracia y encima no las puedo desvelar porque entonces mucha gente sabrá quién es y a ver si el fandom se va a hacer más grande) y ya de paso también por su nombre. No me río de él, al contrario. Siento fascinación. Hay personas por las que me siento maravillada y él es una de esas personas. A veces la gente cercana a mí que sabe de mi admiración si se lo encuentran por la calle me preguntan “¿A qué no sabes a quién he visto hoy?”, seguido de un “¡a tu amigo!”. En general, la gente con mal carácter me hace muchísima gracia.
A las 10 de la mañana me puse las lentillas y a las 00:00 de la noche todavía no me las había quitado. Era el último día en el que me podía usar ese mismo par porque el 6 de julio hacía un mes desde que las abrí y me las puse por primera vez. Me notaba los ojos tan secos que ya ni los sentía y a la mañana siguiente tenía los ojos tan pegados que tuve que levantarme corriendo para asegurarme de que había metido las lentillas en el botito (o en la basura) y de que no me había quedado dormida con ellas puestas.