Para celebrar el fin de curso y el comienzo del verano me he llevado a mi sobrino Federico de seis años a un plan de tarde que consistía en ir al centro comercial, devolver primero unas cosas de Zara que no me gustaban y fundirnos el dinero devuelto en lo que quedaba de tarde. Hemos ido a comernos un helado, uno de frambuesa para mí porque me preguntó Fede que cuál era mi sabor de helado favorito y le dije que adivinara, pensando que me iba a decir que el de chocolate, o el de avellana, o el de cualquier sabor que me pudiera gustar. Pero me dijo que mi helado favorito era el de frambuesa. Y como me dio mucha pena decirle que no había acertado, viendo la ilusión con la que lo dijo, le dije que había dado en el clavo (total, casi en ningún sitio hay helado de frambuesa, así que nunca me vería comiendo uno). Su helado favorito es el de fresa, pero cuando hemos ido a la heladería, no tenían de fresa. ¡Ah! ¡pero tienen tu favorito, Cristi! ¡De frambuesa! ¡Te lo tienes que pedir! Y al final me he tenido que pedir uno de frambuesa. Quise engañarle diciéndole que ese helado rosa era de fresa, pero desde que sabe leer ya no le puedo engañar tan fácilmente. La verdad es que las cosas eran más sencillas antes de que empezara a leer, y él también se empezó a dar cuenta de que al saber leer tenía un poder que le daba ventaja cuando nadie sabía que entendía todo lo que estaba escrito.
El caso es que con un helado de frambuesa para mí y otro de chocolate para él, nos fuimos a dar un paseito por el centro comercial disfrutando del aire acondicionado, y cuando nos lo terminamos nos metimos en una tienda de videojuegos a mirar las novedades de la Nintendo Switch 2, que él dice que le va a llegar a él antes porque él se la pide a Papá Noel y yo se la pido a los Reyes Magos. Después hemos ido a la juguetería y le he comprado un juego para hacer slime con purpurina y colores que sospecho que debe de ser una porquería por el poco peso que tenía la caja, pero igual nos entretiene una de estas tardes.
En el camino de vuelta a casa, hemos pasado por los recreativos porque le prometí que probaríamos un juego de realidad virtual que a él le encanta y que yo no había probado nunca y que con el euro que nos sobraba podíamos jugar a un juego de echar bolas marrones que simulan ser caca en una canasta con forma de váter. Cuando íbamos entrando un grupo de chicas adolescentes señalaron a Fede y se empezaron a reír. Me imagino que le habrán reconocido de alguna vez que estuvo allí mismo o de verlo por la calle haciendo locuras de las suyas o hablando hasta por los codos, pero ese gesto tan feo de unas niñas que tienen más del doble de su edad me recordó a los niños que se reían de mí cuando era adolescente y me sentó como una puñalada que me quemó por dentro, pero me contuve y no les dije nada porque bastante tienen con tener la edad que tienen, que como dice mi hermana Martita, la adolescencia es una auténtica enfermedad.